REFLEXION
Si me río de los que me rodean soy perverso e inhumano; si muestro indiferencia, altivo y altanero; si los denosto, engreido, prepotente y cruel. Así pues, yo me voy a la nada. Quedaos vosotros con esta vida "tan generosa"
Si me río de los que me rodean soy perverso e inhumano; si muestro indiferencia, altivo y altanero; si los denosto, engreido, prepotente y cruel. Así pues, yo me voy a la nada. Quedaos vosotros con esta vida "tan generosa"
Yo no quiero sonrisas que despiertan nostalgia. Tampoco quiero lágrimas de angustia o de dolor. Yo quiero ser amorfo, inanimado, pasajero del tiempo, un cromo de la vida sin color ni atención. No engendran las pasiones mas que horribles combates, fantasías pueriles de placer o dolor, cicatrices que anidan en la huella de tus pasos hasta el último adiós. No quiero despedidas, ni afectos, ni recuerdos. No me deis fantasías en forma de cariño, ni me vendaís un alma que procede de Dios. Solo anhelo el olvido. Lo demás, lo que quiero de mí, lo pediré a mi yo.
Al YBRIS Machadiano
Yo soy conocedor del alto llano numantino, de esas tierras por donde traza el Duero su curva de ballesta y en soledad recorro - tadavía - los campos sin arado, caminos sin mesones, pueblos raídos de abandono, roquedas donde el buitre de anchas alas rompe el puro azul del cielo. Aquí, donde el invierno muerde, donde el río fluye por hoces y barrancas, por serrijones de maleza oscura y encinas pardas voy de la mano del silencio tras esa primavera tarda. Camino en soledad por la vereda de los chopos del río que tienen sus cortezas con iniciales de nombres de enamorados y cifras que son fechas. Voy entre mi soliloquio y el batir de las hojas de los álamos que ululan al graznar de la corneja. Por estas tierras frías de Castilla, donde habita el olvido, mi corazón camina solitario en busca de una rama verdecida.
Heme aquí rodeado de unos metros de silencio que acordonan mi soledad y me aíslan de la turba mentecata que pasa allende mi zaguán, ebria de ruidos y de necias palabras. He de dar gracias a quien, tan generoso, me ha otorgado algunos metros de silencio.
Ningún trabajo es más duro que el de luchar contra las horas del día
Nunca sabré si mis extravagancias son viscerales o si se deben a mi desmedida timidez. Nunca sabré si mi razón es un tratado de virtudes o un discurso de disparates. Juicio y comportamiento se escriben hoy al dictado de una aberrante esquizofrenia llamada sociedad
Me habían dicho que existían las estrellas.
y miré al cielo en busca de su luz.
La carpa del circo estaba formada por oscuros nubarrones
y mis pupilas acertaban sólo con un negro azabache.
Me arrastré a tientas en la oscuridad
destrozando mi cuerpo con los cardos y piedras del camino
hasta alcanzar el otero del horizonte.
A él subí en busca del resplandor de las estrellas.
Desde su cima volví a mirar arriba,
tras la huella invisible de esa luz de quimera .
Seguían mis ojos ciegos.
Seguían las nubes negras por encima de mí.
Cansado de esperar en mi gayola, hube de volver a tientas
a la jaula onerosa de mi existencia.
Me habían dicho que existían las estrellas......
He salido al balcón para ver como se movía la montaña. Frente a mí, como en un cuento onírico, balanceaba sus brazos, movía sus piernas, temblaba su vientre, bailaba, en fin, su sedentario cuerpo mastodontico. ¿Se habría abierto alguna puerta oculta del Olimpo cuando las trompetas celestiales tocaban el baile de los dioses?
Un buen rato después di un paso atrás en busca de mi lecho; y hasta él debía de llegar también la música pues danzaba la cama, las paredes y el suelo de mi cuarto. Todo danzaba y danzaba mientras yo mantenía un abúlico letargo.
Desperté en la mañana y marcharon mis ojos, tímidos y vacilantes, tras la danza de la montaña. Una enorme resaca me hizo pensar que, en la noche, eran mis ojos los bailarines.
- Me gustan los ermitaños, los ascetas, los cartujos, los misioneros
- No me gustan los obispos, cardenales ni curas barrigudos
- Me gusta el aldeano, el campesino, el pastor, el jornalero
- No me gustan los directores de Banco, ni los políticos, ni los acaudalados
- Me gusta la montaña cuando está solitaria, el mar embravecido y las nubes plomizas
- No me gustan las playas en verano ni el sol del medio día ni las cumbres ebúrneas cubiertas de masas
- Me gustan los pueblos solitarios con casas descubiertas y calvas por los años
- No me gustan las colmenas ni los hormigueros
- Me gusta el vendedor de cupones, el hombre marginado, los limpiabotas, las gentes con síndrome de Daum
- No me gustan los parlanchines, los que juegan al golf ni los que hablan "ex cátedra"
- No me gustan las bodas, ni los bautizos, ni las comuniones, ni los entierros
- Me gustan las iglesias y los cementerios
- Me gustan las lágrimas cuando salen del alma y las sonrisas que salen del ingenio
- Me gustan los borrachos no pendencieros. No me gustan los abstemios
- Me gustan los desprendidos. Odio a los huraños
- Me gustan los incultos por fatalidad. No me gustan los listos ni los sabelotodo
- No me gustan los mercenarios de las ciencias y de las letras
- Me gusta la ternura, la comprensión y el perdón
- No me gusta la brutalidad ni el repudio ni el castigo
- No me gustan las aduladoras, ni las que lloran en tu hombro hasta que encuentran otro hombro donde dejar su llanto
- No me gustan los restaurantes de lujo ni los grandes almacenes ni los aviones. Odio las aglomeraciones
- Megustaría ser fiel a mis apetecencias, pero hay algo por encima de mis gustos que, como un fanático censor, me lo impide.
Por tanto no mesta el mundo en que me ha tocado vivir
No os escandalicéis si os digo que un sabio no es aquel que domina las ciencias, las artes, la filosofía o el pensamiento. Un sabio es aquel que es capaz de torear a los imbéciles sin que su humor se vea alterado.
Me encontré en el camino con un hombre candoroso e ingenuo que me asaltó y me dijo convencido: Es inútil que les pongáis dientes a las palomas. Ellas no saben morder. A la vuelta, me encontré al hombre roto a dentelladas en el atrio de su palomar.
- ¿De dónde vienes?
- Del bar de la esquina
- No, hombre, no. Te pregunto por tu origen, dónde estabas antes de llegar aquí.
- Ah!, pues según consta en mi partida de nacimiento..
- ¡Basta! no te hagas el loco. Sabes a qué me refiero
- A ver, déjame que lo piense. ¡Y yo qué sé de dónde vengo!. Además, me importa un rábano
- Está bien, está bien. No te alteres. Dime al menos adónde vas
- ¿Y a ti qué te importa? ¡Adónde voy! Pues mira, al mismo sitio al que vas tú. ¿Sabes adónde vas tú? Pues eso. LLevo tu mismo destino; y el mismo de aquel que nos observa; y el mismo del que nos ignora
- Ya. O eres un cínico o eres un estúpido. Te estoy preguntando por...
- Bueno, ¡basta ya! ¿Quién eres tú para interrogarme?
- ¿No me reconoces?
- ¿Debería?
- ¡Naturalmente! Yo, soy tú
Heme aquí, en ésta reflexión matutina, exhalando indignación hasta llegar al exabrupto. Me fastidia, me indigna, me enoja - en el lenguaje llano, me jode - esa maldita manía de poner etiquetas a los que pululan a nuestro alrededor. Ocurre que basta un gesto o una expresión para endiosar o demonizar a alguien a quien tan sólo conocemos de vista o hemos cruzado cuatro palabras con él. Esto, convertido en práctica habitual, llega a estigmatizar al aludido al que se le colocan atributos - generalmente negativos - que nada tienen que ver con la realidad. Uno puede levantarse siendo un chulo, un estirado, un hijo de puta o un cabrón por el mero hecho de ser introvertido, adusto o distante. Deshacer el entuerto es casi imposible porque quienes califican suelen ser - para más inri - gentes ajenas al calificado que dificilmente participarán en sus intimidades. Así pues, uno es aquello que engalanan sus aduladores o aquello que encanallan sus detractores. ¡Que les den!. Yo, emigro a Marte.
A la tarde, en una de mis elucubraciones rayanas a la inconsciencia, acerté a dar con Dios. Estaba preocupado. Me dijo que seguía intentando encontrar a Dios.
Viaja solitario el hombre de aspecto descuidado, enjuto, cetrino por los besos del sol. Arrastrando su humildad va de puerta en puerta con aire de mendigo vendiendo lo que sabe: enseñar a pensar. Salen de su aposento los ricos mercaderes y con caras adustas le preguntan qué vende. El hombre les responde: “Si alimentas mi cuerpo yo alimento tu alma”. No despierta interés. Las puertas se le cierran; nadie acepta su trueque y sigue su camino más enclenque que ayer. Ingenuo, se pregunta si hay tantos vendedores que abortan la demanda y una sombra enigmática lo aborda de repente y susurra en su oído: ¿Pero tú estás seguro de que existen las almas?. Vende grano, o ajuares, o mentiras, si quieres que en tu mesa haya al menos un pan. Y el hombrecillo frágil, cenceño y descuidado le responde a la sombra: yo sólo sé pensar.
Se pelean como fieras. Salen de su carcasa con sus trajes de alpaca, sus corbatas de seda, sus colonias de marca, como maniquíes que adoran su imagen. Suben a los escenarios con ademanes vanidosos, con sus rostros preñados de sonrisas falsas. Se exhiben como becerros de oro. Vocean, enfatizan, engañan sin pudor. Se insultan, se descalifican, se ridiculizan. Se muerden como perros rabiosos. Prometen lo que saben que no van a cumplir. Mentiras, mentiras, mentiras. Y todo, ¿por qué?. La respuesta es tuya. Tú les sirves la carne en las urnas.
Camino, mascarado de una barba de plata
que rihela en la corteza enmohecida
de la luna de otoño de un ciprés.
Viajo entre marismas de almas mudas
penitentes de vida. Peregrino de fuego,
nazareno de hielo, pabilo consumido
entre la cera parda de un candil.
Siegan mi espalda navajas de pecado.
El huracán macera la hiel de mis heridas
infestas de gusanos hedorosos
como lepra asesina de un Molocay maldito.
Campo yermo, jardín de crisantemos,
sagrados comediantes con casullas de hollín,
lúmeres recelosos de sus duendes,
medusas homicidas con mieles de ponzoña,
griales pestilentes con sangre de veneno,
vertederos de sombras fermentadas de negro
que los dioses envuelven con lazos de colores
y un celofán festivo y elegante
ahogado en el glamour de un pachulí.
Cierra las puertas de la vanidad y la escotilla del orgullo. Sólo así podrás hablarle de tú a tú al que aparece cuando te miras en el espejo
CEREBRO: Elemento del cuerpo humano en el que se almacenan las virtudes del individuo, como la estupidez, la envidia, la ignorancia, etc..
CONFOR: Engaño. Dídese de la sensación que se experimenta al sumergir las almorranas en el agua templada de un bidé.
CULTURA: Erudicción en desuso. Aplicábase antiguamente al conocimiento de hechos inútiles
DINERO: Dios terrenal. Instrumento que convierte en señores a los sinverguenzas y capacita a los imbéciles para tutear a los sabios.
EDUCACIÓN: Conjunto de reglas y preceptos que producen malestar y enojo a la mayoría de las gentes.
ETICA: Pecado mortal. Raro vicio que se da en algunas personas y que es perseguido y condenado, especialmente, por las clases dirigentes.
FILOSOFÍA: Ciencia arcana y obsoleta propia del hombre primitivo y que se basaba en el ridículo hecho del conocimiento a través de la razón.
FUNCIONARIO: Persona amable, cordial y eficiente, con gran adicción al café y problemas de claustrofobia.
FUTBOL. Evento cultural por excelencia sin cuyo conocimiento no puede alcanzarse la virtud. Materia imprescindible en la formación de la persona.
GUARDIA: Indivíduo vestido de forma rara que causa pavor a la persona honrada y risa al delincuente.
HAMBRE: Acción de no comer y que padecen millones de animales parecidos a nosostros, la mayoría de color negro. Morir de hambre: Terminar con la vida de uno. Se da frecuentemente en países del tercer mundo por la testarudez de sus gentes al negarse a comer piedras.
HONRADEZ: Gilipollez. Atributo de las personas necias que consiste en negarse a practicar el pillaje, la mentira, el hurto, la prevaricación, el insulto, etc..
HONESTIDAD: Indecencia. Desverguenza. Cualidad muy rara en la especie humana, no apta para la convivencia
HOMBRE: Pelele. Marioneta de guiñol cuyas cuerdas son movidas por un ente abstracto llamado sociedad
INCULTO: Persona que ante un evento deportivo, como la final de un campeonato de futbol, no sigue el desarrollo del mismo
INSENSATO: Hace referencia al anterior y se aplica a la persona que ni tan siquiera sabe el resultado final
IMBECIL: Indivíduo capacitado para ocupar puestos de solvencia y relevancia
IMPUESTO: Supositorio administrativo. Laxante que emplea el Estado para limpiar el cardenillo del estómago de los ciudadanos